Por: Adrián Castillo-Allendes, SLP, MSc

Declaración de Posición

Como fonoaudiólogo con un profundo interés en voz y deglución dentro de la laringología, actualmente me encuentro en proceso de obtener el título de doctor en Communication Sciences and Disorders en Michigan State University y soy Research Fellow en la University of Iowa. Mi experiencia en Chile, incluyendo una maestría en fisiología clínica del ejercicio y mi labor como director de educación continua y posgrado en la Universidad Católica de Chile, me ha permitido apreciar profundamente el valor de la colaboración interdisciplinaria y el respeto mutuo entre las distintas disciplinas de la salud. Este compromiso me impulsa a destacar la importancia de la lectura crítica de la literatura científica para promover prácticas basadas en evidencia y fortalecer la cooperación entre profesionales, siempre en beneficio de nuestros pacientes.

  1. Introducción

En el ámbito de la salud, la literatura científica es clave para el avance del conocimiento y la implementación de una práctica basada en evidencia (Greenwell & Walsh, 2021). Sin embargo, no toda la información disponible tiene el mismo nivel de rigor o calidad científica, ni siempre se da el debido reconocimiento a las fuentes primarias que han establecido el marco teórico o práctico de una disciplina. La interpretación de los estudios sin una lectura crítica puede conducir a malentendidos y, en algunos casos, a prácticas inadecuadas o desinformadas.

Este artículo examina la importancia de desarrollar habilidades de lectura crítica, utilizando como caso de análisis una publicación científica sobre el rol de los kinesiólogos en el manejo de la disfagia. A través de este análisis, se subraya la relevancia de evaluar las fuentes de información y comprender los niveles de evidencia para garantizar una práctica clínica efectiva y una colaboración interdisciplinaria adecuada.

  1. El caso de los Kinesiólogos y su “rol” en el manejo de la Disfagia

Un caso representativo de esta situación se encuentra en un reciente artículo titulado “Rol del kinesiólogo en la atención del paciente con trastornos de la deglución y disfagia en la Unidad de Cuidados Intensivos” (Catini et al., 2024), publicado en la Revista Argentina de Terapia Intensiva. En tal manuscrito se describen las competencias y el papel de los kinesiólogos en el manejo de la disfagia en pacientes críticos, pero se omite una discusión detallada sobre el rol específico y fundamental de los fonoaudiólogos (también llamados terapeutas del habla y lenguaje, logopedas, Speech-Language Pathologists, y en cierto grado a los médicos foniatras por su alcance de práctica).

La falta de una discusión clara sobre los profesionales de la comunicación y deglución en este tipo de literatura subraya la necesidad urgente de desarrollar una lectura crítica. A menudo, se asume que lo publicado refleja la realidad completa, sin un análisis profundo ni la consideración de los alcances profesionales en el abordaje de poblaciones especiales o en contextos globales. Los fonoaudiólogos, en particular, han desempeñado un rol fundamental en el diagnóstico y tratamiento de las disfunciones deglutorias y la disfagia, siendo responsables tanto de la evaluación inicial como del desarrollo de planes de tratamiento (Bai et al., 2021; Ciucci et al., 2016; da Silva et al., 2018; Hammond & Goldstein, 2006; Macht et al., 2012; Rajski et al., 2023).

Este tipo de enfoque incompleto o sesgado puede llevar a la aceptación de información parcial, afectando negativamente la calidad de la atención clínica. Además, el no reconocer las competencias especializadas de los fonoaudiólogos contribuye a perpetuar malentendidos sobre las responsabilidades de cada disciplina, lo que obstaculiza la colaboración necesaria para ofrecer una atención de calidad. Al igual que señala la American Speech-Language-Hearing Association (ASHA), es fundamental que las competencias de cada disciplina sean claramente respetadas, evitando que un campo defina el alcance de la práctica de otro. Este enfoque garantiza que los fonoaudiólogos, como expertos en el manejo de la disfagia, continúen desempeñando un papel clave en la atención basada en evidencia (ASHA, 2016; Choy et al., 2024; Heritage, 2001; Starmer et al., 2020).

De esta manera, es fundamental no solo examinar la evidencia presentada, sino también cómo se representa a los distintos profesionales en la literatura. Una representación precisa asegura que la práctica clínica esté alineada con las competencias adecuadas, favoreciendo una atención más efectiva para los pacientes.

  1. ¿Por qué es importante evaluar el tipo de estudio?

El tipo de estudio es un factor crucial para determinar la solidez de la evidencia presentada en la literatura científica. No todos los estudios tienen el mismo valor probatorio, y la evaluación de su diseño es fundamental para fundamentar la práctica clínica en la mejor evidencia disponible. Desde revisiones sistemáticas hasta opiniones de expertos, cada tipo de investigación ofrece distintos niveles de confiabilidad, y es esencial que los profesionales de la salud comprendan estas diferencias.

En el campo de la disfagia, las interpretaciones incorrectas de la evidencia de Nivel V, como las opiniones de expertos y los estudios de casos, pueden tener consecuencias significativas para la seguridad y el bienestar de los pacientes. Esto es especialmente crítico en entornos de larga estadía y las unidades de cuidados intensivos (UCI), donde el manejo de la disfagia es complejo y a menudo carece de una base de evidencia sólida. Muchas intervenciones en estos contextos no solo son ineficaces, sino potencialmente arriesgadas debido a la falta de formación y familiaridad con las intervenciones adecuadas por parte de los clínicos (Campbell-Taylor, 2008).

Implementar protocolos estandarizados, basados en evidencia más robusta, reduce el riesgo de aplicar abordajes inadecuados. Además, evaluar cuidadosamente la calidad de los estudios ayuda a evitar decisiones clínicas incorrectas, especialmente en aquellos casos donde los estudios presentan limitaciones metodológicas o sesgos (Dawson et al., 2021; Likar et al., 2024). Lo anterior recalca el riesgo de depender de evidencia de bajo nivel sin una evaluación crítica y validación a través de estudios de mayor nivel.

3. 1. Niveles de Evidencia:

Una de las clasificaciones más reconocidas para evaluar la calidad de la investigación científica aplicada a tratamientos es la del Centre for Evidence-Based Medicine (CEBM). Basada en el modelo original de Sackett (1989), esta clasificación organiza los estudios en niveles de evidencia que van desde el Nivel 1 (el más alto) hasta el Nivel 5 (el más bajo) (CEBM, 2009). Aunque Sackett usa una escala de I a V, el CEBM utiliza una numeración de 1 a 5, y ambas son comparables en su estructura y propósito. Estos niveles son especialmente útiles para la evaluación de intervenciones terapéuticas, pero también son aplicables a diagnósticos, pronósticos y a la evaluación de riesgos y beneficios en la práctica clínica (Burns et al., 2011; Hohmann et al., 2018; Koretz, 2019).

  • 1A: Revisión sistemática (con homogeneidad) de ensayos controlados aleatorizados (RCTs por si singla en inglés).

Una revisión sistemática que analiza múltiples RCTs de alta calidad sobre una misma pregunta de investigación. La “homogeneidad” indica que los resultados de los estudios son consistentes. Este es el nivel más alto de evidencia, ya que minimiza el riesgo de sesgo al recopilar resultados de múltiples estudios rigurosos.

  • 1B: RCT individual (con intervalos de confianza estrechos).

Un ensayo controlado aleatorizado que produce resultados precisos con variabilidad mínima, lo que se refleja en intervalos de confianza estrechos. Los RCTs son el estándar de oro en investigación clínica, ya que asignan aleatoriamente a los participantes a grupos de intervención o control, reduciendo el sesgo.

  • 1C: Estudio “todo o ninguno”.

Este tipo de estudio se refiere a intervenciones que funcionan en todos los casos o en ninguno. Por ejemplo, si una intervención siempre previene una muerte o evento adverso en un grupo específico de pacientes, se clasificaría como “todo o ninguno”. Estos estudios son raros, pero cuando existen, aportan evidencia muy fuerte.

  • 2A: Revisión sistemática (con homogeneidad) de estudios de cohortes.

Similar a las revisiones sistemáticas de RCTs, pero con estudios de cohortes. Los estudios de cohortes siguen a grupos de personas a lo largo del tiempo para observar los efectos de una exposición o intervención. Aunque son útiles para estudiar efectos a largo plazo, su falta de aleatorización los hace menos confiables que los RCTs.

  • 2B: Estudio de cohorte individual (incluyendo RCTs de baja calidad).

Un estudio de cohorte individual puede proporcionar datos valiosos sobre la relación entre una intervención y un resultado, pero es susceptible a sesgos debido a la falta de aleatorización. Si menos del 80% de los participantes completan el estudio, la calidad se ve comprometida.

  • 2C: Investigación de resultados; estudios ecológicos.

Estos estudios examinan poblaciones enteras en lugar de individuos. Son útiles para observar tendencias a gran escala, pero su falta de control sobre variables individuales puede llevar a errores en las conclusiones.

  • 3A: Revisión sistemática (con homogeneidad) de estudios de caso-control.

Los estudios de caso-control comparan a individuos con una enfermedad (casos) con aquellos sin ella (controles). Una revisión sistemática de estos estudios puede aportar información útil, pero son menos confiables que las revisiones de cohortes debido a un mayor riesgo de sesgo.

  • 3B: Estudio de caso-control individual.

Un estudio individual que compara casos y controles para investigar factores de riesgo o exposiciones previas. Este tipo de estudio es útil cuando los RCTs no son factibles, pero tiene limitaciones debido a su mayor susceptibilidad a sesgos.

  • 4: Series de casos (y estudios de cohortes o casos y controles de baja calidad).

Las series de casos describen a un grupo de pacientes con una enfermedad o condición, pero sin grupo control. Este tipo de estudio es principalmente descriptivo y tiene poco valor probatorio. Estudios de cohortes o casos y controles de baja calidad también se incluyen en este nivel.

  • 5: Opinión de expertos sin evaluación crítica o basada en principios básicos de fisiología.

Este es el nivel más bajo de evidencia. Las opiniones de expertos, aunque útiles en algunos casos, no están basadas en investigaciones científicas controladas y pueden estar sujetas a sesgos y subjetividad. Estos estudios deben ser considerados con cautela, ya que no tienen el rigor metodológico necesario para respaldar conclusiones sólidas.

3.2. Grados de recomendación en la Práctica Clínica

Además de evaluar los niveles de evidencia, es fundamental considerar los grados de recomendación asociados a esta evidencia. Los sistemas de clasificación de recomendaciones proporcionan un marco para tomar decisiones clínicas basadas en la solidez de la evidencia disponible. Por ejemplo, la American Society of Plastic Surgeons (ASPS) establece un sistema que clasifica las recomendaciones en cuatro categorías (A a D), dependiendo de la calidad y consistencia de la evidencia que las respalda (Burns et al., 2011; Gabriel & Maxwell, 2019).

En nuestra disciplina, los estudios sobre el entrenamiento de la fuerza muscular respiratoria para mejorar el flujo de tos están clasificados como Grado A, ya que contamos con varios RCTs de alta calidad que respaldan esta intervención. Un ejemplo claro son los estudios de Reyes et al. (2020; 2020; 2018), en el que participé como coautor, que demostró que el entrenamiento muscular espiratorio resultó en mejoras significativas en el flujo de tos voluntario en pacientes con Parkinson, reforzando la efectividad de esta intervención con evidencia sólida y consistente.

El sistema de grados de recomendación se clasifica de la siguiente manera (Burns et al., 2011; Gabriel & Maxwell, 2019):

  • Grado A: Recomendación fuerte. Basado en evidencia de Nivel I o en hallazgos consistentes de múltiples estudios de niveles II, III, o IV. Los profesionales de la salud deben seguir esta recomendación fuerte a menos que se presente una justificación clara y convincente para una alternativa.
  • Grado B: Recomendación. Basado en evidencia de niveles II, III o IV, con hallazgos generalmente consistentes. En general, los profesionales de la salud deberían seguir esta recomendación, pero deben estar alertas a nueva información y ser sensibles a las preferencias de los pacientes.
  • Grado C: Opción. Basado en evidencia de niveles II, III o IV, pero con hallazgos inconsistentes. Los profesionales de la salud deben ser flexibles en la toma de decisiones sobre la práctica apropiada, aunque pueden establecer límites sobre las alternativas; las preferencias del paciente deben tener un papel sustancial en la toma de decisiones.
  • Grado D: Opción. Basado en evidencia de nivel V, con poca o ninguna evidencia empírica sistemática. Los profesionales de la salud deben considerar todas las opciones en su toma de decisiones y estar alertas a nueva evidencia que aclare el equilibrio entre el beneficio y el daño; las preferencias del paciente deben tener un papel influyente considerable.

Además de los niveles tradicionales de evidencia, el sistema GRADE (Grading of Recommendations Assessment, Development, and Evaluation) ha ganado relevancia como un marco metodológico integral para evaluar tanto la calidad de la evidencia como la solidez de las recomendaciones clínicas (Guyatt et al., 2008; Schünemann et al., 2023). GRADE permite ponderar los beneficios y riesgos de las intervenciones de manera estructurada. No obstante, su implementación no es estrictamente objetiva, ya que incluye una interpretación subjetiva de los resultados. Esto significa que dos profesionales revisando la misma evidencia pueden llegar a conclusiones diferentes sobre la certeza de las recomendaciones, dependiendo de cómo evalúen factores como el riesgo de sesgo o la aplicabilidad de los resultados. A pesar de esta variabilidad, GRADE ofrece una estructura útil para apoyar la toma de decisiones clínicas informadas (Guyatt et al., 2008).

Al aplicar estos marcos de evaluación, los profesionales de la salud podemos tomar decisiones equilibradas, basadas en evidencia de alta calidad y consideraciones prácticas, lo que garantiza que la atención al paciente esté fundamentada en el mejor conocimiento disponible y sea adaptable a las necesidades individuales y los datos emergentes.

3.3. Impacto de los Niveles de Evidencia en la Práctica Clínica e Investigación

Los estudios clasificados en el Nivel V, que incluyen opiniones de expertos, experiencias clínicas y estudios descriptivos, presentan el mayor riesgo de sesgo debido a su naturaleza subjetiva y falta de control empírico riguroso. No obstante, en áreas donde no existe evidencia más sólida, estos estudios pueden ser útiles como punto de partida para generar hipótesis y guiar investigaciones más robustas. En el campo de la disfagia, por ejemplo, las observaciones basadas en la experiencia clínica han orientado la práctica en ausencia de RCTs (Chia et al., 2023; Easterling, 2017; Langmore & Pisegna, 2015).

Es importante destacar que, aunque la evidencia de Nivel V puede ofrecer orientación práctica en situaciones clínicas complejas o emergentes, debe ser tratada con cautela. Por ejemplo, las guías clínicas internacionales, como las de la American Heart Association (AHA) y la American Stroke Association (ASA), recomiendan basar las decisiones principalmente en estudios de mayor nivel, utilizando la evidencia de Nivel V solo cuando no hay opciones más robustas disponibles (Bushnell et al., 2014; Joglar et al., 2024). Este enfoque es clave para mantener la calidad y seguridad en la práctica clínica.

En el artículo de Catini et al. (2024), aunque se citan otros estudios, la evidencia sigue siendo clasificada como Nivel V, ya que se basa principalmente en opiniones de expertos. Si bien la evidencia de Nivel V puede ser útil en áreas con poca investigación de mayor nivel, es esencial contextualizarla adecuadamente. Utilizar esta evidencia sin una crítica rigurosa, y sin reconocer el aporte de disciplinas clave, puede conducir a prácticas subóptimas que comprometan la calidad de la atención al paciente.

3. 3. 1 Aplicación en la Práctica Clínica:

Como ya vimos, aunque los estudios de Nivel V, y en algunos casos los de Nivel IV, pueden ser útiles para la generación de hipótesis, la implementación de intervenciones terapéuticas, diagnósticos y pronósticos debe basarse en estudios más sólidos, como las revisiones sistemáticas y RCTs. Estos estudios, como los de Nivel 1A (revisiones sistemáticas de RCTs) o 1B (RCTs individuales bien diseñados), ofrecen una mayor seguridad en la toma de decisiones clínicas.

Por ejemplo, una revisión sistemática sobre la eficacia de la estimulación eléctrica en el tratamiento de la disfagia podría proporcionar la base para su implementación clínica. De manera similar, un RCT individual bien diseñado puede ofrecer resultados confiables sobre una técnica específica de terapia de deglución.

Los estudios de cohorte (Nivel 2A o 2B) ofrecen datos valiosos sobre el pronóstico, ya que permiten realizar un seguimiento prolongado de los pacientes y obtener información sobre la evolución a largo plazo de la disfagia tras una intervención. Asimismo, las revisiones sistemáticas de herramientas diagnósticas, como la videofluoroscopia de deglución (VFSS) o la evaluación endoscópica (FEES), son fundamentales para guiar la toma de decisiones clínicas en el diagnóstico y evaluación de los trastornos de la deglución.

4. La Importancia de Evaluar la Revista Científica

Además del tipo de estudio, la calidad de la revista donde se publica la investigación es un factor determinante en la evaluación crítica de la literatura. Los siguientes son algunos de los indicadores clave permiten identificar una revista médica de alta calidad:

  • Factor de Impacto (Impact Factor, IF): Las revistas con factores de impacto más altos suelen publicar investigaciones más influyentes y citadas. Por ejemplo, publicaciones como The New England Journal of Medicine, The Lancet y JAMA tienen altos factores de impacto, lo que refleja su capacidad de atraer estudios de alta calidad y gran relevancia científica (Amiri et al., 2013; Jacobson et al., 2015).
  • Proceso de revisión por pares (peer review): Un proceso riguroso de revisión por pares es esencial para garantizar la validez y la calidad de la investigación publicada. Las revistas indexadas en bases de datos como MEDLINE y con bajas tasas de aceptación de manuscritos suelen tener estándares más estrictos en sus procesos de revisión (Lee et al., 2002; Severin et al., 2023). Este sistema asegura que los estudios hayan sido evaluados críticamente por expertos antes de su publicación.
  • Nivel de Evidencia (Level of Evidence, LoE): En nuestro campo el LoE también es un factor crucial para evaluar la calidad de las publicaciones. Las revistas de alta calidad, como las asociadas a la ASHA: American Journal of Speech-Language Pathology (AJSLP), y el Journal of Speech, Language, and Hearing Research (JSLHR), o también Dysphagia, y The Laryngoscope, suelen publicar una mayor proporción de estudios de niveles de evidencia I, II y III. Estas publicaciones tienden a ofrecer estudios más robustos y con mayor rigor metodológico, lo que las convierte en fuentes confiables para guiar la práctica clínica en la evaluación y tratamiento de los trastornos de la deglución, voz y otros desórdenes de la comunicación (Chia et al., 2023; Lee et al., 2002).
  • Adherencia a Guías de Reporte: En revistas como AJSLP y JSLHR de ASHA, los estudios clínicos deben adherirse a estándares estrictos para garantizar la calidad de los informes. Los ensayos clínicos aleatorizados siguen la guía CONSORT (Consolidated Standards of Reporting Trials), mientras que los estudios no aleatorizados utilizan TREND (Transparent Reporting of Evaluations with Nonrandomized Designs). Para los estudios de precisión diagnóstica, se emplea STARD (Standards for Reporting Diagnostic Accuracy). Estos marcos ayudan a mejorar la transparencia, coherencia y validez de los estudios, asegurando su aplicabilidad clínica​ (ASHA, n.d.-a; Diong et al., 2023; Han et al., 2017)(Jacobson et al., 2015, ASHA academy).
  • Tasa de Citación (Citation Index, CI): Las revistas con altas tasas de citación suelen reflejar la calidad y relevancia de la investigación que publican. La tasa de citación ha demostrado ser un predictor significativo de la calidad metodológica de los estudios (Lee et al., 2002).

Considerar estos factores, entre otros, permite a los profesionales de la salud evaluar mejor la calidad de un artículo y la revista en la que se ha publicado. Esto asegura que las decisiones clínicas se fundamenten en la mejor evidencia disponible y que se evite el uso de información poco confiable o de baja calidad.

4.1 Sobre la Revista Argentina de Terapia Intensiva

No solo los niveles de evidencia son fundamentales en la evaluación de los estudios, sino también la reputación y el rigor de las revistas en las que se publican. Las revistas de alto impacto suelen someter los estudios a procesos de revisión por pares más exhaustivos, lo que asegura que las investigaciones cumplan con altos estándares científicos antes de su publicación. Publicaciones como The Laryngoscope, Dysphagia, o las revistas de la ASHA, no solo son reconocidas por su alto factor de impacto, sino también por su capacidad para difundir investigaciones innovadoras y rigurosas en el ámbito de la deglución, comunicación, audiología y laringología.

La Revista Argentina de Terapia Intensiva juega un rol significativo al contribuir al intercambio de conocimientos dentro del contexto nacional, facilitando la difusión de experiencias y enfoques locales en el manejo de la salud. Pese a lo anterior, es importante reconocer que su alcance y rigor en cuanto a revisión por pares al parecer son diferentes a los de revistas de mayor impacto internacional. En un entorno de revisión internacional más estricta, es probable que un artículo como el de Catini et al. (2024) habría sido objeto de un análisis más riguroso, no solo en cuanto a la omisión del reconocimiento explícito de las contribuciones claves de la fonoaudiología en el manejo de la disfagia, sino también respecto a sus limitaciones metodológicas. Aunque este no es el foco principal de este este artículo, vale la pena señalar que el propio trabajo se refiere como un “documento,” lo que ya indica una falta de estructura más formal o metodológica.

En lugar de basarse en un enfoque metodológico más estructurado, como un proceso Delphi o una revisión sistemática, este “documento” presenta una narrativa más bien descriptiva que se enfoca deliberadamente en atribuir competencias y acciones al kinesiólogo en el manejo de la disfagia, sin una justificación clara sobre el rol territorial que desempeñan o la razón por la cual se omiten otros roles clave, como el de la laringología, gastroenterología, enfermería, nutrición, etc., ya que son fundamentales en un abordaje interdisciplinario integral. La falta de un marco analítico explícito y la ausencia de criterios rigurosos para definir qué disciplinas participan en el manejo de la disfagia debilita la validez de las conclusiones presentadas, lo que limita su aplicabilidad a contextos más amplios.

La publicación del artículo de Catini et al. provocó una respuesta organizada por parte de los fonoaudiólogos de la región. Ante la falta de una representación adecuada del rol de los fonoaudiólogos en el artículo, se solicitó a la revista una corrección que reconociera de manera más precisa las competencias de los profesionales de la comunicación y deglución en el manejo de la disfagia. Esta iniciativa demuestra la importancia de contar con procesos editoriales y de revisión que aseguren una representación adecuada y justa de todas las disciplinas involucradas en la atención de los pacientes.

  1. Reflexiones Finales

La práctica clínica de calidad debe apoyarse en una lectura crítica constante de la literatura científica. No basta con evaluar la metodología o los resultados de un estudio; es necesario considerar el contexto en el que se produce la investigación, cómo se alinea con guías internacionales, y su aplicabilidad clínica. En el manejo de la disfagia las competencias específicas de las fonoaudiólogas y fonoaudiólogos no son fácilmente transferibles a otras disciplinas, y que cualquier intento de hacerlo podría comprometer la calidad de la atención y los resultados clínicos. La integración de la experiencia clínica, los conocimientos especializados generados por la fonoaudiología, y las preferencias del paciente es clave para decisiones que estén alineadas con la mejor evidencia disponible (ASHA, n.d.-b, 2016; Greenhalgh et al., 2022).

En el manejo de la disfagia -y también en otras áreas relacionadas con nuestro que hacer- es vital reconocer las diferencias regionales en la definición de roles profesionales sin perder de vista que las competencias de los fonoaudiólogos son fundamentales y establecidas. En Argentina, por ejemplo, la fonoaudiología desempeña un rol crucial en el manejo de la disfagia, y no debe haber confusión sobre la importancia de su inclusión en los equipos interdisciplinarios. No se trata de disputar responsabilidades, sino de asegurar que cada profesional sea reconocido por su expertise, especialmente en situaciones complejas como estas. Este tipo de situaciones destaca la importancia de promover una colaboración interdisciplinaria efectiva, respetando los límites y competencias de cada disciplina para garantizar una atención contextualizada y de alta calidad (Fronek & Kendall, 2017; Kang et al., 2024).

Este análisis no pretende desestimar el valioso rol de la kinesiología, que indudablemente contribuye significativamente en el ámbito de la salud, especialmente en el manejo de la disfagia en contextos como las unidades de pacientes críticos. Sin embargo, es crucial destacar que en muchos países los fonoaudiólogos, con sus distintas denominaciones profesionales, son los profesionales mejor preparados para liderar el manejo integral de los trastornos de la deglución, debido a su formación específica y continua en esta área (ASHA, n.d.-b, 2016). En estos contextos, la fonoaudiología ha evolucionado con currículos académicos sólidos y una trayectoria consolidada, lo que les otorga las competencias necesarias para esta labor. No obstante, en otras regiones del mundo, donde la formación en fonoaudiología es limitada o inexistente, otros profesionales han asumido el manejo de estos pacientes. La colaboración interdisciplinaria debe apoyarse en el reconocimiento y respeto de estas competencias únicas, adecuándose a las realidades locales.

También es importante recordar que el trabajo colaborativo no solo mejora la atención al paciente, sino que fortalece la relación entre profesionales. La confianza entre los miembros de equipos multidisciplinarios depende de la habilidad técnica, el juicio clínico y la comunicación abierta. Reducir barreras prácticas como la organización departamental es clave para lograr una cooperación eficaz (Kang et al., 2024). La formación interprofesional resulta fundamental para mejorar el conocimiento compartido y promover una toma de decisiones ética y bien informada (Fronek & Kendall, 2017).

Para que esta colaboración interdisciplinaria sea realmente efectiva, es crucial que los profesionales de la salud se mantengan actualizados sobre la evidencia más reciente. Aquí es donde la divulgación de investigaciones de alta calidad, revisadas por pares, desempeña un rol central. Evaluar críticamente la solidez metodológica de los estudios y contrastar los resultados con otros trabajos publicados asegura que las decisiones clínicas estén respaldadas por la mejor evidencia disponible (Hohmann et al., 2018). Sin embargo, este proceso se enfrenta a un reto aún mayor en la actualidad: la abundancia de información accesible a través de redes sociales y plataformas digitales. Aunque algunas de estas fuentes pueden parecer confiables, muchas veces carecen del rigor científico necesario, lo que puede llevar tanto a profesionales como al público en general a interpretaciones erróneas o superficiales.

Para cerrar, la lectura crítica no solo mejora la práctica clínica individual, sino que impulsa el avance colectivo en el campo de la salud. Al fomentar una cultura de mejora continua y colaboración, los profesionales pueden adaptarse a nuevas evidencias, asegurando que la atención al paciente esté alineada con los más altos estándares internacionales, resultando en una atención más integral y de mayor calidad (Liberati et al., 2016).

  1. Agradecimientos

Agradezco a Johanna Pino-Grisales, M.S. CCC-SLP, a la Flga. Cinthya Zambrano y al Flgo. MS. Gabriel Maldonado por su valioso feedback y contribuciones, que ayudaron a mejorar este manuscrito.

Referencias

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Comentarios

  1. Gabriel González September 27, 2024 at 10:33 pm - Reply

    Gracias por todo tu aporte Adrian, efectivamente enviamos una carta al editor , pidiendo la fe de erratas con todos los argumentos. Espereñamos de corazón que tu publicación pueda ayudar a describir de mejor forma los roles. Muy agradecido.